Jesús Caballero y Díaz
La educación y la felicidad son dos jaulas que encierran muchos demonios, hoy esta palabras pueden parecer sinónimos de infelicidad, de desamor, de mala voluntad, de satanismo, pero un día en la antigüedad griega identificaron a deidades menores que denominaban virtudes y defectos, sobre todo a las virtudes que por la educación y la vida hacían felices a los hombres, Algo aprendí de ellas, algo vi en su identificación o mejor dicho en su concurrencia, si no es todo, es lo que hoy puedo y quiero conversar con ustedes, su lectura será el medio, cada insinuación quiere sus evocaciones y sus reflexiones. Felizmente bienvenidas.
Eudamonian nombre griego de la felicidad, idea tan general que podía abarcar ideas menores, momentos mínimos, aspiraciones a la eternidad, posibilidades contradictorias, relatividades con exclusiones, paradojas y confusiones: Cupido, el sicario de Eros, feliz por atinar a la persona equivocada, al momento inoportuno, a la condición inadecuada y producir por ello la infelicidad, a eso llamaban amor, por cierto el amor infeliz de los poetas y los cantores. Venus, la patrona de Eros y sus cupidos, sin desconcierto alguno hace de la felicidad temporal de una pareja el catastrófico asunto de la guerra de Troya, finalmente la felicidad de los melómanos europeos consistió en el disfrute de la infelicidad de los protagonistas operísticos eso si con el atolero dedazo de una inspirada musicografía.
Y la educación… de educare, palabra latina, ex ducere, usada para sacar a pastorear a los ganados en los ejidos de los pueblos romanos y los romanizados convertida después en la pastoril tarea de iniciar a los niños en los secretos de la vida adulta con la perversa intención de preservarlos, por lo tanto como dice Henestrosa que un espanto lo condenó a no hablar de él, pues si lo hacía se volvería mudo, mejor lo olvidó, asi no lo contó. El educando (Paidós) un niño griego por una paideia (currículo) clasista se adueñaba de las virtudes adultas, el virión era en ese origen la designación del efebo que dejaba de serlo para formar parte o de los clubes atenienses de aspirantes a filósofos, a “zoon politikón” a abogados de causas inútiles, tales como la lloriqueante tarea platónica de salvar a Sócrates o al “endemoniado”, “feliz” oficio de liderear una comunidad harta de la guerra para participar en las siguientes batallas. ¿Educando? ¿el niño en los misterios religiosos para eso que les dije renglones arriba? ¿al grado de impedir a sus pedagogos revelar tales misterios? Pues sí, revelarlos era atentar contra su inocencia, a menudo sus fábulas ofrecían en sus moralejas, salidas de pie de banco para ocultar verdaderas intenciones. Platón declaraba que el hombre solo era hombre si se ocupaba en develar esos mitos misteriosos. La educación de los catecúmenos en su catequesis nunca han tenido más acceso a los misterios de su religión que su denominación, la explicación los hubiera hecho infelices. Bien guardados esos misterios, “permanecían en el misterio” las divinidades fueron divinas: incognoscibles, infinitas en su existencia y por lo tanto inefables, en la felicidad de esa ignorancia se garantizaba la subsistencia del poder dominante de los dueños del misterio.
¿Felicidad en la obra educativa, en la acción educadora, en la educación como tarea profesional del educador, educación en el aprendizaje del educando? ¿era, es, será posible? En Justina , el marqués de Sade describe a un sádico feliz formando a su educandos en un feliz masoquismo, con cuya dialéctica finalidad, finalmente se convertirían en otros sádicos educadores. Sade no inventó a sus personajes. Los cuentos infantiles fueron felizmente escritos, contados, dramatizados y filmados por europeos de formación gótica en Francia, Alemania, Dinamarca y de ahí llevados a los oídos y los ojos de las víctimas de los cuentos infantiles, de Perrault a Disney, de los Grimm a mi abuela encantándolas, felizmente encantadas por la dramaturgia adulta, madre del abstracto teorema aristotélico de planteamiento, nudo y desenlace, mientras más nudos, más felizmente gozosos de la trama y el desenlace catástroficos.
En una reforma educativa mexicana dos matemáticos distinguidos por el doctorado alcanzado en esa disciplina fueron interrogados por un público magisterial ansioso de hacerse de los misterios por los cuales esos personajes se dedicaron a tan abstracta disciplina, claro que les preguntaron si eran felices en su cultivo. Uno contestó: ser nieto, hijo, hermano de matemáticos fue terrorífico, viví siempre con la seguridad de no entender inicialmente sus conversaciones, de escuchar sus advertencias sobre mi futuro profesional y el miedo de no hacerle los honores a mi ascendencia, luego, les confieso llegué a ser feliz sintiendo los cosquilleos de esas descargas de adrenalina en los avances críticos de mi carrera, fui un feliz infeliz. Así que muchos le aplaudieron con la feliz y sádica identificación en su agresiva pedagogía, al menos, un amigo, feliz, me lo confesó. La otra, increíblemente cómica, gozando de su comicidad, carcajeándose de sus cuentas contadas en graciosos cuentos: aprendí con los laberintos cretenses, los misterios de los pitagóricos, la mencez de los números romanos, la brillantez de los hindoarábigos, números de nuestro tiempo, las trampas euclidianas, la trigonometría egipcia para luego de vencerlas doctorándome en las matemáticas del siglo XX y la geometría no euclidiana, mi felicidad consistió en pedirles a mis hermanos, padres, maestros y colegas: échenme al más pintado,¿cuál es problemas jamás resuelto? lo habladora que soy es el miedo que me invadía si como en el caso de los pistoleros del viejo oeste me saliera un día, uno que disparara más rápido que yo, les confieso que hasta ahora, mis amigos y mis colegas aprendieron a dejarme ser… ¡la cartera más rápida del colegio!
La felicidad no solo consiste en el logro alcanzado, los filósofos griegos, veían más la felicidad en la tensión del arco de cupido que en atinarle al blanco, en el proceso de procurar el fin buscado, que en el disfrute de atinarle a la piñata en el acto de romperla, acaso por ser el último en recoger sus frutos. El buen maestro parece ese que sabe que la sucesión actos pedagógicos acaban en un ¡gggol! que la portería no es vencida las veces necesarias más que por el ejercicio constante de dominar al adversario, a la adversidad, de descubrir sus lados flacos y por ahí ensayar y ensayar el modo de vencer defensas y porteros, de hacer de los fracasos escolares ensayos constructores de las nuevas posibilidades del aprendizaje. ¿Cundo es más feliz ese maestro, esa maestra? ¿en el proceso de procurar dificultades que quieran vencer los educandos?, ¿en el encuentro de los que se empecinan hasta disfrutar de sus nuevas posibilidades y de no necesitarlo o necesitarla para proseguir su desarrollo? o ¿en el fin de año en que entrega el grupo a cada uno de sus alumnos, a su padres, al estado y al futuro?
Y los niños, los educandos, los aprendices, los graduantes, los maestrantes, los aspirantes a los doctorados ¿cuándo son o están felices? ¿cuándo inician sus tramos educativos o cuando los concluyen? En una novela pedagógica holandesa: “el rata” hace feliz a su educador religioso cuando con su delicada y obsesiva pedagogía logra de aquel una dramática y llorosa confesión en la que se reconoce como el pecador antes desconocido y suplica dolorosamente el perdón de sus pecados. Por el cual es invitado al reconocimiento de la feliz bienaventuranza a la que ha llegado.
En las novelas rusas del estajanovismo: maestros ,oficiales y aprendices se consideraron felices por vencer a los clubes contrarios en la tarea productiva, la felicidad consistía en esforzarse más allá del deber, en mostrar que si se puede: la sangre, el sudor el dolor y las lágrimas eran el combustible de un inspirado afán de invencibilidad, felices en el proceso y en la victoria, cantos en el trabajo y en el triunfo.
Pero la misantropía y la misoginia han sido también felices educadores de los seres humanos para la infelicidad: misántropo fue el pedante con la manchada chupa de dómine que creó la pedagogía de madera, las orejas de burro y el rincón de los castigados, felizmente orgulloso y soberbio de ser más y mejor que sus alumnos, de ver como se hacían felices al reconocerse infelices por inferiores, feliz él por tanta infelicidad. Hoy pedante significa ser feliz con un miserable orgullo, la chupa de dómine fue su triste uniforme profesional: bata llena de mocos, de residuos alimenticios, de sudor infantil, asquerosamente sucia, que de horrible, de ser el vestido profesional del docente acabó siendo lo peor de lo peor, que un maestro te pusiera como chupa de dómine(el pedante, el pedagogo, el docente, el maestro)significaba lo feliz que era al motejarte con todos los adjetivos que te mostraran todo lo infeliz que eras y deberías ser. Así fueron de felices algunos maestros, así, otros lo siguen siendo, es posible que no deje de haberlos.
Los otros maestros: los filántropos vivieron la feliz filantropía (el amor a todos los seres humanos, principalmente a los más desvalidos) de rescatar a los niños deshechos del capitalismo salvaje, con el perdón de los seres selváticos y convertirlos en seres humanos, en sujetos de los derechos de todos los hombres, en la libertad, la igualdad y la fraternidad de un ambiente escolar sin explotación, prostitución, bandolerismos ni sicarismos.
De Tomás Moro, Luis Vives, Lasalle, Rousseau, Basedow, Pestalottzi , Froebbel ,los socialistas utópicos, los escritores ingleses, los educadores suizos, en México colonial de las amigas, educadoras de niños en la época de Sor Juana, en el joven México: Vidal Alcocer, el educador de la Candelaria de los patos, a Altamirano, Carrillo, Laubscher, , Estefanía Castañeda ,Rébsamen, y en el siglo XX a Makarenko, Claparede, Piaget, Vigotski, Neill quienes hicieron la feliz aventura educadora jamás creada: construyeron el concepto del niño, del joven , de los educandos como los sujetos, los protagonistas de los derechos propios de su edad, aptos para reconocer su existencia como auténtica humanidad, su proceso educador como una expresión de su felicidad, para eso, el jardín de la infancia, el poema pedagógico, Summerhill fueron diseñados como espacios limpios, luminosos con bellos materiales educadores desde los inventados por Froebel, Montessori hasta los de más moderna tecnología educativa para responder a sus niveles actuales de desarrollo y lograr otros más complejos, para dejar salir sus propios intereses de vivir y convivir con los niños de su edad, a conversar, contar, discutir, parlamentar, comprometer y con ello leer y escribir y en esas escuelas aprender a salir de ellas, a emanciparse, a aprender por su cuenta, a hacer y sostener su propio proyecto educativo, a ser felices en su autorrealización, en el propio interés de ser más… más ser humano, más estudioso, más compañero, más realizador, más comprometido personalmente con los proyectos propios y en apoyo a los demás.
Este fue el legado de la felicidad de los educadores de los siglos XIX y XX a la felicidad de alumnos, maestros y padres de familia del siglo XXI. Esta es la felicidad (eudemonian: el buen demonio) y todos sus otros demonios.
Nietzche propondría a todos ser felices haciendo cada quien filosofía a martillazos, esculpiendo al nuevo hombre, siendo los antípodas de todos los puntos cardinales, iniciando la genealogía de la nueva moral, dándole a la voluntad del educando el espacio en que crecieran sus propios intereses, la conciencia de sí mismo como el descubrimiento y acrecentamiento de sus propios poderes, ya lo hacen los atletas de alto rendimiento, los artistas incansables, los maestros que nunca se cansan de serlo. Son esas personas que se ríen en medio de la fatalidad, que no tienen alumnos lacras nunca, que disfrutan de ser ellos mismos ayudando a los demás a eso mismo. Los que conozco, por ello son felices tanto como sus prójimos.

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