Alfredo Villegas Ortega
Con todo mi respeto profesional para la profesora Martha Eugenia Ortiz
“¡Pinches mugrosos pónganse a trabajar! ¡Indios huevones, oaxacos, regresen a su pueblo de mierda! ¡Ignorantes!”
Epítetos de ese calibre, más o menos, les lanzaron a los maestros manifestantes en la zona de Tepito una turba del mismo pueblo explotado, domesticado por los medios y discriminado por esos mismos que promueven el odio, la intolerancia y la sinrazón. Grupos de choque del PRI que se hacen pasar por redentores de un pueblo indignado ante las ‘tropelías del magisterio’.
¿Quiénes son los violentos? ¿Quiénes los que generan los seres dóciles y acríticos? ¿En qué basan su fuerza esos nefastos medios televisivos? ¿De qué manera sirven y se sirven del poder? Esas son las preguntas que nunca aparecen en el canal de las estrellas. Esas son las reflexiones que nos llevarían a cambiar no sólo la educación, sino el país todo, para entonces, sí, exigir desde un horizonte justo, incluyente y educado, en todos sus ámbitos. Y es que la escuela es sólo una parte de ese todo descompuesto, no por los maestros, sino por los que no se cansan de mentir, de propagar odio, de hacer escarnio de ese pueblo al que dicen defender.
La educación es un concepto muy amplio que incluye escuela, programas, maestros, métodos, sindicato, estrategias, infraestructura, alumnos, padres de familia, autoridades, medios. Éstos últimos tienen una gran y grave responsabilidad en el estatus de ignorancia que nos mantiene en los últimos lugares en los exámenes estandarizados de carácter internacional. Para ellos, lo más fácil y rentable es descalificar uno sólo de los actores en ese todo educativo para luego matar de hambre a las escuelas públicas, acabar con el normalismo y dejar que ‘la mano invisible’ regule un mercado educativo, que si ahora es lamentable -en gran medida por esos medios y los dueños del país- acabaría por agudizar aún más, las diferencias sociales, étnicas y económicas que, lamentablemente, se viven en México.
¿Somos racistas? Pareciera que no, que ese problema es de los gringos. Pero, en los hechos, a muchos les apena el color de su piel y a otros más les libera señalar al otro como indio, prieto, negro. Los medios, Televisa en particular, promueven estereotipos de belleza occidental en el que los morenos, chaparritos o de rasgos indios ocupan papeles secundarios. El exitoso, el atractivo, la guapa, la seductora, el inteligente, el pulcro y la que se expresa mejor, sin albures ni doble sentido -aun cuando su lenguaje sea muy limitado- es alguien que parece haber nacido en Suecia, Dinamarca, Francia o Inglaterra.
Aquí en México hay muchos, en efecto, y no se trata de excluirlos y hacer una cruzada contra ellos porque sería estúpido y darles la razón a los que promueven la exclusión, el racismo y el odio imbéciles.
Ese estereotipo televisivo también vive en México. Es otro país. Esos rubios, de corte europeo no van a escuelas públicas, ni se suben al metro, ni ganan el salario mínimo. Esos hijos de la revolución, la transa, las devaluaciones, la venta de paraestatales son los dueños de la riqueza nacional y de los medios más poderosos de comunicación. Desde sus pantallas y sus pasquines mandan mensajes de violencia, exclusión y discriminación, disfrazados de humorismo ramplón. Hay que ver lo que son programas de alto rating histórico en la historia de Televisa, como El Chavo, La Escuelita. La Hora Pico y demás sandeces para comprobar cómo ‘el tonto’, ‘el feo’ o ‘el pobre’, ‘el ignorante’, el tramposo’ y ‘el sucio’ regularmente corresponden al otro estereotipo que no les gusta tanto: El indio o el mestizo que, finalmente, conformamos la mayoría de este país. Pero no se trata de unos y otros, porque sería, nuevamente, caer en ese truco de fragmentación que ellos promueven. El hecho, eso sí, es que ellos son los que educan diariamente y a todo color a millones de mexicanos preocupados por su bajo salario y porque su equipo gane en el futbol, que es parte del jugoso negocio mediatizador de conciencias de Televisa. “¡Gol por la educación!”.
Para justificar su labor social, Televisa promueve el Teletón, otro oscuro negocio que ‘promueve caritas felices y gente saludable’ ¿Quién, en su ignorancia, va a pensar que Televisa es el lobo disfrazado de oveja con la cara y las voces de Lucerito, Mijares o Tatiana que da limosna social para evadir multimillonarios impuestos al fisco que servirían para hacer preparatorias, impulsar la ciencia, mejorar la salud y las escuelas públicas, los programas educativos y las condiciones laborales y los salarios de los maestros para acabar con sus ‘molestas inconformidades’, entre otras obras que pudieran hacerse? Muy pocos. La mayoría les cree, porque como diría Giovani Sartori, la televisión es mentirosa, edita la realidad y hace aparecer cosas como lo que no son.
Para justificar su imparcialidad e ‘ilustrar políticamente al pueblo’, Televisa monta paneles de expertos, académicos e intelectuales a su servicio, en los que nunca aparece la voz discordante. En ese contexto, todo está bien: hay democracia, las leyes son justas y el país va viento en popa. Los maestros, por supuesto, somos una bola de ignorantes, prietos y enemigos del progreso que nos han incubado en unas escuelas normales que es necesario desaparecer.
Además, Televisa tiene un seguimiento especial al movimiento magisterial, en su noticiero matutino del canal 2 que denominan: “Primero la escuela”, en el que, siempre fuera de contexto, descalifican la lucha social y las reivindicaciones magisteriales, tildándolas, sin más, de “una lucha de resentidos, violentos y enemigos de la niñez que no quieren regresar a las aulas”. Jamás se dice que la violencia la generó el estado al excluir históricamente a esos pueblos, a esas escuelas Normales y a esos maestros —sí, la mayoría de nuestras orgullosas etnias que no les acaban de gustar a Azcárraga y sus títeres, desde Loret de Mola hasta Aguilar Camín y demás heraldos de la ignominia— al quitarles sus más elementales derechos y pisotear la Constitución impunemente.
Las telenovelas de Televisa son, quizá, la joya de la corona, el monumento a la chabacanería y la estulticia. Hay una serie de mensajes clasistas y sexistas en verdad penosos. Las telenovelas son promotoras de una fábrica de sueños color de rosa, que nunca se cumplen: La muchacha pobre que se encuentra en un semáforo al rico que la va a convertir en princesa. Muchas mujeres mexicanas reciben su educación sentimental y lecciones de sexualidad baratas, día a día, en el canal de las estrellas. Otro de los mensajes subliminales que se envían es el de que las mujeres están supeditadas a un hombre. Si han de crecer, ha de ser a través de ellos. Basta con gustarles, coquetearles y dejarse seducir o seducirlos para que las saquen de la pobreza o se casen con ellas y vivan felices por siempre; en esa lógica, no tendrán que ocuparse de otra cosa que no sea servir al marido y cuidar a los hijos.
En ese mundo rosa de las telenovelas de Televisa, a veces, se cuela algún moreno o morena, que rompe con su estereotipo más usado, pero, cuando así es, regularmente se somete a las verdades y dictámenes morales de las buenas conciencias, de la gente bonita, de los bien educados, de los ‘limpios por dentro y por fuera’ donde no hay lugar para la crítica: Eso es de los renegados y los fracasados; los triunfadores no critican, justifican su estatus y la forma en cómo lo lograron. Si quieres crecer debes aspirar a ser como ellos, en la banalidad, la descalificación al diferente, la exclusión de ‘los mugrosos ignorantes’. Violencia simbólica y violencia real.
Mientras medios y gobierno promueven, reforman, destrozan, critican y sancionan lo que al campo educativo se refiere, como si estuvieran fuera de toda responsabilidad, los maestros son las víctimas de ese modelo educativo, y con frecuencia son enfrentados a la sociedad de la que forman parte por la mala propaganda que les hacen. Esta sociedad, también víctima de la exclusión y el racismo, ha sido ‘educada’ por Televisa, de tal manera que ve a los maestros como meros instrumentos funcionales que deben dejar hacer a sus hijos lo que éstos quieran en la escuela, so pena de denunciarlos por incompetentes. Así de distorsionada está la imagen del maestro y así de frágil su estabilidad laboral, ante una sociedad que los prejuzga por lo que han aprendido del teacher López Dóriga y otros voceros de la edición de la realidad al servicio de los poderosos.
No obstante, en esta realidad social, los maestros, dialécticamente, tienen el apoyo de otra parte de la sociedad que ve en el despojo al que han sido sometidos, la necesidad de apoyarlos, porque finalmente, siguiendo a Bertolt Bretch, saben que si no hacen nada, algún día, vendrán también por ellos.

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